
¿Qué hacemos?. ¿Dónde vivimos?. Vemos pasar nuestro desecho de mundo, vemos morir gente a causa de nuestra inconciencia. ¿Qué hacemos?. Aspiramos nuestra basura, llenamos los pulmones nuestros y de los demás con muerte, egoísmo, frialdad, lujuria, dolor, pobreza, desilusión. Y llegamos al nivel de destruir no solo los pulmones, sino a los sentidos en general, al cuerpo, e incluso al alma.
¿Qué estamos haciendo?. Quemamos a nuestros hermanos en su propia desdicha, nos enceguecemos cuando nos conviene. Pero vale la pena recordar que no hace falta que algo pase por nuestros sentidos para saber lo que significa. Existen cosas que nacemos sabiendo, son innatas en nosotros. Intentamos bloquearnos para aparentar ser fuertes, duros, fríos. Pero llega un momento en el cual todos somos iguales. La muerte no respeta a nadie. Para ella no existe clase social, cultura, físico. Y en algún momento todos sentimos miedo. ¿Que no tienes miedo a la muerte?. Mentira. Nos gusta tanto esta vida que nos resistimos a dejarla, por más que nos digan, o sepamos que del otro lado, más allá de la vida, todo es más precioso, divino. Nos gustan los vicios, la lujuria, todo lo que arrastramos en la vida.
¿Qué hacemos?. No podemos siquiera pretender calzarnos los zapatos de otra persona. Cada uno de nosotros tiene su propio calzado, a cada uno nos luce y nos sienta de manera diferente. No somos iguales, eso lo sabemos; pero a veces lo olvidamos.
¿Qué hacemos?. Cubrimos nuestros pasos con un duro y oscuro mineral, de modo que no podemos dejar huellas, y el caminar por él nos quema los pies. Y se extiende como una oscura serpiente mostrándonos su poderío infernal, mostrándonos quién manda, mostrándonos a veces imágenes inexistentes. Pero estamos equivocados. No caminamos sobre la serpiente. Generalmente corremos por ella y a veces nos estrellamos, o chocamos con otro ser dejando esquemas rojos, unos trazos que son difíciles, casi imposibles de olvidar; y a veces aparecen como luces otras víctimas, nadando en la oscuridad.
¿Qué hacemos?. Destruimos el alma del planeta madre, rompemos sus pulmones, ensuciamos su líquido vital, agujereamos el límite, cavamos al infierno, extraemos su cultura y nos ahogamos en su soledad. Lucramos con su vida, sabiendo que acortamos el límite a la nuestra. No podemos comprar más vida, y existe cosas que no se pueden deshacer, renovar, rehacer. ¿Por qué entonces jugar con ello?
¿Y que estamos haciendo?. Nos enriquecemos con la desdicha de los demás, y a veces con la nuestra. Creamos muerte. Sembramos soledad. Ensamblamos destrucción. Exploramos tierras nuevas para satisfacer el ego megalomaníaco de algunos. Descubrimos nuevas razones para el caos. Alimentamos la codicia. Jugamos con la vida. ¿Y quiénes somos nosotros para hacer todo esto?. Somos seres humanos; y tenemos libre albedrío, tenemos la libertad de hacerlo.
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